Piz Bernina por Biancograt (día 2)
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Tras pasar la noche acurrucados en Tschierva Hut, en una cama de 80 cm, llegó el momento de afrontar la larga escalada de casi 1 km de largura del que presume la arista del Piz Bernina. Según palabras de algunos guías, escalar la Biancograt es la actividad de dificultad AD más bonita que se puede realizar en los Alpes, y puede que también en el mundo. Era la hora acordada. Teníamos una meteorología favorable. Hacía un frío intenso. Y en el reloj, las cuatro de la mañana en punto.
EL INTENSO FRÍO DE OCTUBRE
6 de octubre:
Acordamos con los eslovacos, padre e hijo, establecer la hora de salida a las cuatro de la mañana. Nuestra intención era llegar al collado donde comienza la escalada a las siete de la mañana, justo coincidiendo con el alba. Beñat llevaba el track en el reloj. Creíamos que lo teníamos todo bajo control.
Empezó la jornada. Comenzamos el ascenso a la hora acordada. La pareja eslovaca nos guiaba unos metros por delante. Seguíamos unos supuesto hitos. Poco a poco, nos íbamos acercando al comienzo de la abrupta lengua glaciar.
Padre e hijo nos esperaron, ya que se sentían confusos. Beñat miró el reloj: nuestra posición estaba a unos 50 metros más a la derecha que el camino que indicaba el track. Al principio no le dimos importancia, ya que la desviación no era muy grande para que fuese determinante, pero tras unos cuantos minutos deambulando, nos dimos cuenta de que no había camino posible.
Nos empezamos a fijar en el balcón rocoso que sobresalía por encima de la ladera que estábamos flanqueando por su parte derecha. Más o menos estaría a unos 50 metros más a la izquierda, y para poder subir a ese balcón, teníamos que retroceder quizás media hora. Llegamos a la conclusión de que el camino transcurría por ahí y nos habíamos saltado el desvío, por no fijarnos en el reloj y seguir ciegamente a la pareja eslovaca.
Teníamos dos posibilidades: descender durante media hora o atacar el caótico glaciar a ver si encontrábamos algún paso que nos permitiese alcanzar el camino principal. Prácticamente fue como echar una moneda al aire. Nos pusimos los crampones. Sujetamos el único piolet que llevábamos en la espalda. Y comenzamos a sortear los enormes agujeros y a escalar los resaltes de hielo que se interponían en nuestro intento de ascenso.
La progresión era lenta y delicada. Beñat y yo llegamos a un punto donde el hielo estaba tan roto por todas partes que era imposible avanzar. Retrocedimos. Volvimos a intentarlo por otro camino. Nada. El tiempo pasaba. Cada vez era más consciente de que si conseguíamos sortear esta trampa llegaríamos a la cumbre de noche. Poco a poco, el sentido negativo se fue apoderando de nosotros, hasta que tomamos la decisión de volver e intentarlo el día siguiente, aunque con menos víveres.
Cuando habíamos descendido unos 30 metros, la pareja eslovaca nos alzó la voz con intención de desviar nuestra mirada hacia donde se encontraban ellos. Parecía que habían conseguido bordear los obstáculos y se encontraban subiendo una loma rocosa. Aquello nos motivo sobremanera, tanto que nuestro sentidos más ambiciosos se activaron otra vez y volvimos a ponernos en marcha sin tener en cuenta que habíamos perdido mucho tiempo.
Seguimos el rastro de la pareja hasta que por fin alcanzamos el plató superior. El camino al collado lo teníamos claro.
Cruzamos el plató. Ascendimos por un espolón rocoso, sin tocar la nieve, por pasos fáciles, pero con algo hielo. Flanqueamos la ladera, ya en nieve. Ascendimos la pala nevada hasta llegar a un muro equipado con escalera y puntos de anclaje. Hay dos posible opciones: subir por la roca como si fuera una vía ferrata o subir por la canal nivosa por la parte derecha. Nosotros optamos por la segunda opción, más rápida, y alrededor de las nueve de la mañana conseguimos alcanzar el collado que se encontraba justo debajo del Piz Prievlus.
Comenzaba lo teóricamente difícil. Pero nos asaltaron nuevamente las dudas. La arista comenzaba por un punto de anclaje bajo las faldas de un espolón vertical, que sólo permitía bordearlo. Probamos por la izquierda, pero la chimenea que nos encontramos tenía mucho hielo y nieve. Probamos por la derecha y nos encontramos un par de clavos que nos indicaban que escalábamos sobre el itinerario correcto. Un resalte de metro y medio y un diedro (III) era lo más complicado del largo, que estaban revestidos con una finita capa de hielo y nieve. El largo finalizaba en una reunión equipada.
Al frío y al viento de la mañana, había que sumarle el hecho de escalar con nieve con guantes finos, lo que insensibilizaba completamente las manos. Beñat, cuando llegó a la primera reunión, gritó por el dolor que le sometía el frío, hecho por el que nunca antes en mi vida le había visto quejarse.
Empecé con el segundo largo, primero en roca y después remontando una loma de nieve hasta llegar a la pared pelada de la arista, donde había otro punto de anclaje. En este instante le sugerí a Beñat que siguiésemos en ensamble. Me metí por una canal hasta llegar a una chimenea. La escalé (II) y me alcé al filo de la arista. Monté reunión y aseguré a mi compañero hasta ella.
Seguimos por el filo, pero a pocos metros nos desviamos y cogimos el flanco izquierdo de la arista, donde había más roca y la progresión parecía más fácil que el propio filo. Hicimos una travesía sin ganar nada altura (II). Tras metros de progresión, decidimos ascender en vertical por chimeneas y espolones hasta retomar otra vez más la arista (III). Antes de llegar al propio filo, encontramos una pared donde había piezas metálicas incrustadas en la roca. Aún hoy desconocemos su propósito. Esta misma pared tenía una fisura por donde realizamos la escalada a la arista (IV). Una vez arriba, decidimos seguir por el mismo filo hasta llegar al final de la misma. Nos encontramos con un gendarme afilado, lo superamos (III), no sin temor, y llegamos a una aguja donde veíamos, a unos cuantos metros de distancia, la cima de la primera parte de la arista rocosa. A partir de aquí todo fue más fácil técnicamente. Debajo de la cima encontramos unos anclajes de rápel. ¡Nos alegró, cómo no, saber que íbamos por el comino correcto! Aquello era como navegar sin rumbo sobre un mar de rocas y nieve...
Rapelamos hasta llegar a la nieve. Nos encontrábamos sobre un pequeño plató que enlazaba directamente con la última parte de la arista que se dirigía a la cima del Piz Bernina. Comimos y bebimos algo, después de algo más de tres horas de escalada, entre el frío y el viento. Nos frotamos las manos, intentando sensibilizarlas. Pero no lo conseguíamos. Seguía haciendo mucho frío. Y continuamos.
La arista, ahora de nieve, era un filo cortante donde según se progresaba, la pendiente se iba aderezando. Llegamos incluso a los 50º de inclinación. Por momentos, el viento soplada con una gran intensidad. Ya no teníamos posibilidad de vuelta atrás. Era más fácil salir por la cima que darse la vuelta. Estábamos en el punto de no retorno.
Fue un ascenso largo y duro. Después de algo más de dos horas llegamos a la antecima del Piz Bernina, también conocida como Piz Bianco. Para nuestra sorpresa, aún teníamos por delante otra arista rocosa, donde, otra vez más, tendríamos que dar uso a las cuerdas. Eran, más o menos, las 15:30 de la tarde. Los eslovacos seguían constantemente nuestros pasos.
Un primer largo fácil pero aéreo (I), como si de un Paso de Mahoma se tratase, pero algo más largo. Llegamos a un anclaje de rápel. La cuerda de 60 metros no dio para llegar hasta él. Beñat tuvo que salir cinco metros en ensamble. Desde este punto rapelamos a la plataforma rocosa de abajo. Otro largo por una goulotte (II+) nos planta sobre un pináculo con otro anclaje de reunión. Aquí tenemos que descender dos metro para llegar a otra aguja que tenemos enfrente. Este paso es más fácil hacerlo de primero, que de segundo, ya que la cuerda tensa y acompaña la bajada. Delicadísima. Y vuelta a ascender cuatro metros (III) hasta llegar al siguiente anclaje de rápel.
Por último, rapel de unos 30 metros y últimos cien metros de ascenso por una loma ya sin ninguna complicación técnica.
Llegamos a la cumbre de Piz Bernina, con un cansancio demoledor, un frío helador y una incertidumbre visceral por no saber cómo íbamos a llegar al refugio Refugio Marco e Rosa de Marchi (3599 metros). Eran las 19:00 de la tarde y nuestra mirada, a pesar de todo lo que nos pesaba la situación, se recreaba al contemplar el crepúsculo vespertino, rememorando la maravillosa y solitaria escalada, con difíciles condiciones, que acabábamos de realizar.
Los eslovacos empezaron a descender antes que nosotros. El descenso es justamente por el otro filo de la arista. La luz poco a poco se apagaba. Ya casi era de noche. Tras un descenso fácil (I y II), se remonta una cuestita hasta un pico sin relevancia llamado La Spedla (4020 m.). Se vuelve a descender por la otra parte de la arista hasta llegar a un muro vertical. Cuando nosotros alcanzamos este punto, nos encontramos al padre y al hijo, desfallecidos, preparándose una sopa caliente. Nos dijeron que estaban pensando en llamar al helicóptero y pasar la noche en aquel lugar.
Para nosotros aquello era impensable. El frío era intenso, no llevábamos saco para vivac-ear y estábamos mojados de la nieve y del sudor. Mientras las fuerzas aguantasen, íbamos a seguir explorando la arista hasta dar con el refugio. Además, llevábamos el track de la bajada, y nos aferrábamos a eso. Según el track, el descenso seguía muro abajo. Los eslovacos estaban parados en el anclaje de un rápel, pero no se atrevían a descender por miedo de lo que podría haber abajo.
Bajó Beñat. Yo le seguí después. Gritamos a la pareja que el camino seguía por aquí. Hicimos otro rápel. Llegamos a la parte superior de un glaciar, donde el hielo creaba una curvatura convexa y el muro de hielo descendía muchos metros hacia abajo. La otra opción era seguir por el filo de la arista, bordeando el glaciar. Por último, teníamos otra opción, que era rapelar por la estrecha canal que daba hacia la otra vertiente de la montaña y, casualmente, encontramos un mallón incrustado en la pared, lo que podía parecer un punto de reunión.
Beñat volvió a rapelar. Por otra parte, el mayor de la pareja eslovaca no lo veía claro, y empezó a llamar por teléfono a un amigo suyo, que debía de ser guía, para que le explicase por donde podía continuar el descenso. Beñat se quedó sin cuerda y no vislumbraba reunión alguna. Se sentía perdido colgado en la inmensidad de la pared y con el miedo de que aquello no condujese a nada. Sólo al abismo.
Decidió volver a subir. Mientras yo le aseguraba el ascenso, los eslovacos continuaron por el filo de la arista. Me junté con Beñat y decidimos seguir el camino de la pareja.
Unos cien metros más adelante, los volvimos a encontrar en la misma situación que una hora antes: Sentados en el suelo, calentando la comida, con la firme convicción de pasar la noche en ese lugar. No lo podíamos permitir. Parecía que la arista se acababa en ese punto y un gran corte en la pared bloqueaba el camino. Empecé a barrer la nieve, con la hipótesis de encontrar alguna señal para continuar.
Bajo la nieve encontré otro anclaje de rápel. Beñat y yo enseguida nos dispusimos para rapelar y avisamos a éstos que íbamos a continuar bajando. Enseguida se pusieron detrás de nuestro rastro. Después de tres rápeles, Beñat logro pisar el plató glaciar bajo las faldas de la montaña. Eramos conscientes de que habíamos salido de la pared. Nos atamos los cuatro en la misma cuerda y, tras unos 500 metros, apareció bajo la luz de la luna la silueta de nuestro cobijo.
El refugio Refugio Marco e Rosa de Marchi se encuentra a 3599 metros. Lo alcanzamos a las 23:00 horas. Fue un día duro, frío e intenso. Pero la satisfacción de escalar la montaña en aquellas condiciones, de haber llegado a aquel destino y, porqué no, de haber ayudado a la pareja que, horas antes, había tirado la toalla un par de veces, fue inmensa. Nos quitamos la ropa, las botas mojadas, cenamos un poco y nos metimos a la cama en un refugio donde había varias literas e innumerables mantas. Cogí ocho de ellas y me cubrí el cuerpo para caer rendido en un profundo sueño, antes de encarar lo que sería el último día. Siempre prevalecerá el dicho de que en la montaña no se sube un pico si no se llega a descender después. Y tras tener en cuenta los hechos del siguiente día, nosotros, casi, no lo ascendimos.
Ficha técnica
- Ruta: Piz Bernina Biancograt
- Fecha de ascenso:2016-10-06
- Longitud:36000 m.
- Desnivel:2272 m.
- Ubicación:Alpes
- Categorías : Arista, Crampones, Escalada clásica, Mixto
- Dificultad:AD+ (Pasos mixtos (nieve, hielo y roca) y experiencia en navegación en terreno caótico)
- Graduación de la escalada en roca:IV
- Graduación del corredor:50º
- Graduación de la escalada mixta:M1
- Graduación de la escalada en hielo:WI1
- Ruta circular:Sí
- Termina en el punto de salida:Sí
- Acceso:Siguiendo el camino de Pontresina a Samedan.
- Tiempo ascenso:3 días
- Características:Primer tramo: mixto con roca, hielo y nieve. Segunda parte: un filo empinado de nieve. Tercera parte: cresta aérea y mixta.
- Material:Cuerda de 60 metros, crampones, un piolet, semaforo de aliens, bagas, fisureros, dos tornillos de hielo y casco.
- Condiciones:Sin que la arista se haya cargado de nieve.
- Época: Verano, Otoño, Primavera
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