Ehunmilak 2012
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Lo primero de todo, gracias de corazón a Beñat, Alain, Oihana, Garazi, Ane, Eleder, Eñaut, Irati, Marijo, Enara, Aitor, Kontxi, Joaquin, Carmen, Maialen, Amaia, Aintzane y a todos los que nos estuvisteis animando por el largo y eterno recorrido. Sin vuestra ayuda, creo que no lo hubiese conseguido. Y gracias también a mi equipazo, Ion y Mikel, que por ellos, tirando de mí en los momentos más difíciles, ¡pudimos alzarnos con la txapela de campeones!
El viaje es largo. Nos montamos en el barco que surca los bosques, hayedos, praderas y pueblos Gipuzkoanos. El barco llega a diferentes puertos en forma de avituallamientos, conocemos a sus lugareños, como si cobijo le quisieran dar al pescador que trae peces y comida a tierra firme. Es una tarea tan ardua como la de la vida en la mar, pero en nuestro horizonte, no podemos contemplar una simple línea azul.
El comienzo es incierto. Estamos nerviosos, pero con ganas de que esto empiece. Cantan versos, suena una música épica y, por fin, dan comienzo a la prueba. "Vamos a empezar suave, vamos a empezar suave" les repetía antes de la salida a mis compañeros de equipo. Nada. Empezamos galopando sin parar. Parecía que no había mañana y que teníamos que demostrar en la misma salida quién era el más fuerte. ¡Ya estaba con la lengua fuera en el primer repecho!
Bueno, recuperando un poco las fuerzas, ya que parecía que mis compañeros se habían tranquilizado y se habían asegurado de que éramos el primer grupo en cabeza. 20 kilómetros y llegamos a Zumarraga. Por ahora, todo según lo previsto. Caminar, caminar y caminar. Hasta llegar a lo alto de Irimo y empezar a bajar corriendo hasta Elosua, donde se encontraba el siguiente avituallamiento.
Otra vez más, ahí estaban incansables nuestro más acérrimos seguidores: familiares y amigos. Pero después de este breve descanso, empezaron mis mayores problemas y el único momento en toda la carrera donde pensé en abandonar. Me empezó a doler la rodilla. Y de una manera tan punzante que no era capaz de moverla. Para correr necesitaba doblarla, pero el dolor me impedía hacerlo con normalidad, por lo que subimos practicamente andando hacia Elosumendi. Y, cómo no, la bajada también la hice de manera parecida.
Con mucho dolor, conseguí llegar al puerto de Azkarate y aquí me tomé un milagroso Termalgin. Fue la cura a todos mis males, porque no sé si resultó como placebo o realmente hizo efecto en mis articulaciones, ya que el dolor fue remitiendo poco a poco. Desde aquí, sólo nos quedaba subir y bajar Izarraitz para llegar a la localidad de Azpeitia. Más o menos, kilómetro 57 del recorrido.
La subida a Ernio fue duuura, durísima. Lo más duro hasta el momento. Y aquí ya sentíamos realmente lo fatigados que nos encontrábamos. Era un repecho largo, sin descansos, salvando mucho desnivel. La cuesta no perdonaba. Y trás algo más de dos horas, llegamos a Zelatun, bajo la mirada de Ernio. "Ya queda menos para llegar a la mitad del recorrido", pensaba. Hacia las 8 de la mañana, llegamos a Tolosa.
Ducharnos, cambiarnos y comer un buen platazo de pasta, es lo que hicimos nada más llegar. Pero después la pereza de volver a empezar y el sueño por tener el estómago lleno, nos afecto hasta el siguiente avituallamiento. Yo aquí lo pasé realmente mal. El camino no era especialmente duro, pero el camino por la pista no se me hizo muy agradable y el sueño se estaba adueñando de mí. Duros momentos.
Pero por fin, después de perder más tiempo que lo deseado, llegamos a Amezketa. Y de aquí a Larraitz, a los pies de nuestro querido Txindoki. Amamos este terreno, amamos este paisaje y sus caminos. Amamos sus riachuelos y su preciosa arista. Nos sentimos más protegidos. Y a partir de este punto nos acompaña por el camino el infatigable Beñat.
Hacemos el esfuerzo de llegar a Txindoki, pero debido al mal tiempo que nos ha hecho hasta este momento (estuvo lloviendo durante la noche), cerraron el último repecho hacia la cima, por peligro a resbalones fortuitos. Desde aquí, con pocas fuerzas, subimos el repecho hasta Ganbo, en el corazón de la sierra de Aralar, y descendimos para después subir el monte Uarrain. En este punto, mucha gente se retiró por hiportermia, ya que había entrado la niebla, hacía frio y humedad. El resto fue bajar y bajar, sufriendo por mis rodillas y, sobre todo, por mis pies. Tenía ampollas por todos los rincones de los dedos y alguna que otra uña había empezado a ceder.
En Lizarrusti se encontraba otra vez la tropa animando. Era un chute de energías increible. Aquí les dije a los medicos presentes que me vendaran algunas uñas lo suficiente para que remitiesen un poco mis dolores hasta llegar a la meta. Les preguntábamos constantemente a los familiares y amigos por dónde iba el segundo grupo. Ellos veían claro en todo momento que ya no teníamos ninguna duda de que íbamos a conseguir terminar. De hecho, nuestro objetivo y prioridad ya se había convertido en ganar la carrera. Sólo quedaba apretar los dientes y seguir.
Yo ya no tenía fuerzas. Pero no las tenía desde la mitad de carrera. Tengo claro que más que una prueba de resistencia física, es de resistencia mental. Y yo aunque ya no sintiese las piernas, mi mente hacia que continuase.
A partir de aquí, Garazi se unió al grupo y los cinco juntos hicimos el trecho que separa Lizarrusti con Etxegarate. Subidas y bajadas constantes. Un terreno irregular donde las piernas sufrían al máximo. Pero antes del anochecer, conseguimos entrar en el avituallamiento para cenar un buen plato de macarrones. Justo habíamos hecho 24 horas de carrera y Aitor Leal ya había acababo la prueba en solitario. Nuestra lucha era otra.
"Ya sólo nos queda Aizkorri", pensábamos. Pero nada más lejos de la realidad. La subida a Aizkorri era lo de menos, ya que aún teníamos 38 km. por delante. Estabamos fatigadísimos, con dolores, muchísimo sueño, pero con ganas de seguir.
Beñat abandonó el grupo y continuamos los 4 restantes. Antes de llegar a la venta de Otzaurte, oscureció y se apoderó de nosotros la tristeza y la soledad de la fría noche. Comenzamos a subir hacia el refugio de San Adrián. Ya cuando estaba sufriendo en el máximo sentido de su expresión, empezamos a oir música pachanguera. Caminábamos sobre la pista de hormigón, en el bosque de Aizkorri, donde en teoría no habitaba nadie y, menos aún, había ninguna discoteca. Empezamos a ver unas luces. Ya no sabíamos si era una alucinación, un O.V.N.I. con ganas de fiesta o... ¡Beñat, Alain y Oihana con la música del coche a todo volumen!
Fue un pequeño subidón. Pero al rato, después de dejar la pista, nos adentramos en nuestra propia soledad interior. Los cuatro íbamos en nuestro mundo, caminando, con rumbo incierto. Este momento fue uno de los momentos más duros de todo el recorrido. Me estaba durmiendo subiendo una cuesta. Empezaba a mezclar sueños con la realidad. Y Garazi, al ver aquello, se me acerco y me empezó a dar conversación. Fue un momento clave, ya que estaba decayendo.
Sufriendo, llegamos al refugio de San Adrián. Y al fondo, empezamos a vislumbrar luz que nos señalaba. Y gente que al parecer conocía nuestros nombres. Nos extrañamos, hasta ver que era el trio que nos alentó hace una hora en la pista con el coche. Nos alegramos un montón de verlos y ellos estaban dispuestos a ayudarnos otra vez en la última subida a Aizkorri. Me llené el botellín con café. Sólo café. No me quería volver a dormir.
Y a partir de aquí, en cuadrilla y un entorno de bonita amistad, caminamos alegremente. Las fuerzas parecían que a ratos volvían. Y a lo lejos de vislumbrar la ermita de Santo Cristo, las personas que estaban haciendo guardia en lo alto de la montaña, nos empezaron a cantar "Ikusi mendizaleak". Nosotros les contestamos con complicidad. Nuestro humor ya había cambiado. Veíamos el final más cerca.
Hicimos un descenso bastante rápido. Adelantamos a algunas personas, que veíamos que lo estaban pasando realmente mal. La dureza del recorrido estaba pasando factura.
En Zerain, nuestros estimadísimos acompañantes nos abandonaron, después de hacernos un tremendo favor y los tres integrantes del equipo continuamos hasta la meta. Sabíamos que ya eran los últimos kilómetros de transición. La ventaja respecto a los segundos era insalvable, pero no queríamos sorpresas de última hora y apretamos lo más que pudimos. Fueron 12 eternos kilómetros.
Pero por fin, ahí estabamos, de vuelta en Beasain tras, exactamente, 39 horas de caminar y correr. Es, sin lugar a dudas, lo más duro que he hecho en mi vida, pero el llegar a la meta compensó con creces todo el sufrimiento recogido hasta ese preciso instante. Casi todos los que nos habían acompañado por el recorrido nos aplaudieron y nos recibieron con una calurosa acogida. Y al cruzar la línea de meta, los tres integrantes del equipo nos fundimos en un cariñoso abrazo por lo que acababamos de conseguir. Éramos felices. Muy felices.
A la tarde dio lugar la ceremonia de entrega de premios. Tuvimos el honor de compartir podio con grandes corredores del mundo de los Ultra Trails. En lo alto del podio, Ion cogió el testigo del micrófono para dedicar su victoria por equipos. Y esas palabras fueron dirigidas a Mikel, mi padre, el tercer integrante del equipo, que justo hacía un año fue operado del corazón. Ahí está su mérito.